jueves, 30 de diciembre de 2010

¡FELIZ AÑO 2011!


Hola amigas y amigos: Incomprensiblemente, no resultó nada fácil poder volver hasta aquí, pero de nuevo y después de unos días de ausencia, demasiados, puedo de nuevo compartir con todos vosotros mis cosas, nuestras cosas. Espero que nada impida poder continuar.

He de agradeceros vuestras muestras de amistad y espero en alguna ocasión, lo estoy deseando, poder devolveros tanta solidaridad y afecto.

Por estos pagos todos somos invisibles y rara vez llegamos a conocernos personalmente pero la ocasión que nos brindan estos malvados y maravillosos chismes al poder intercambiar nuestra particular forma de pensar y de creer, creo que les hacen convertirse en mágicos.

Desde aquí y hoy con más entusiasmo que nunca, os quiero mandar mis más sinceros deseos para que el año próximo os sea propicios a todos en lo fundamental, que como siempre, siguen siendo, LA SALUD, EL DINERO Y EL AMOR. ¡Ojalá! no os falten nunca.

GRACIAS, por seguir ahí.



viernes, 3 de diciembre de 2010

¿Leyenda? ¿Realidad?


Durante bastantes siglos, hasta la propia iglesia católica, no se atrevió a negar la existencia de la “papisa Juana” que siendo mujer y con el nombre de Juan VIII estuvo al frente de los designios de la Iglesia de Roma como Papa. ¿Leyenda? ¿Realidad? Nunca lo sabremos con absoluta certeza y menos después de más de mil años desde que ocurrieron estos hechos, aunque la fantasía y leyenda parece ser que imperan en este relato que desde entonces se ha ido transmitiendo a través de los siglos.

Según cuentan…

La leyenda de la papisa Juana cuenta la historia de una mujer que ejerció el papaddo católico ocultando su identidad sexual. El pontificado de la papisa se suele situar entre 855 y 857 es decir, el que, según la lista oficial de papas, correspondió a Benedicto III, en el momento de la usurpación de Anastasio el Bibliotecario. Otras versiones afirman que el propio Benedicto III fue la mujer disfrazada y otras dicen que el período fue entre 872 y 882, es decir, el del papa Juan VIII.


En síntesis, los relatos sobre la papisa sostienen que Juana, nacida en 822 en Ingelheim am Rhein, cerca de Maguncia, era hija de un monje. Según algunos cronistas tardíos, su padre, Gerbert, formaba parte de los predicadores llegados del país de los anglos para difundir el Evangelio entre los sajones. La pequeña Juana creció inmersa en ese ambiente de religiosidad y erudición, y tuvo la oportunidad de poder estudiar, lo cual estaba vedado a las mujeres de la época. Puesto que sólo la carrera eclesiástica permitía continuar unos estudios sólidos, Juana entró en la religión como copista bajo el nombre masculino de Johannes Anglicus (Juan el Inglés). Según Martín, el Polaco, la suplantación de sexo se debió al deseo de la muchacha de seguir a un amante estudiante.

En su nueva situación, Juana pudo viajar con frecuencia de monasterio en monasterio y relacionarse con grandes personajes de la época. En primer lugar, visitó Constabtinopla, en donde conoció a la anciana emperatriz Teodora. Pasó también por Atenas, para obtener algunas precisiones sobre la medicina del rabino Isaac Israeli. De regreso en Germania, se trasladó al Regnum Francorum (Reino de los francos), la corte del rey Carlos el Calvo.

Juana se trasladó a Roma en 848, y allí obtuvo un puesto docente. Siempre disimulando hábilmente su identidad, fue bien recibida en los medios eclesiásticos, en particular en la Curia. A causa de su reputación de erudita, fue presentada al papa León IV y enseguida se convirtió en su secretaria para los asuntos internacionales. En julio de 855, tras la muerte del papa, Juana se hizo elegir su sucesora con el nombre de Benedicto III o Juan VIII. Dos años después, la papisa, que disimulaba un embarazo fruto de su unión carnal con el embajador Lamberto de Sajonia, comenzó a sufrir las contracciones del parto en medio de una procesión y parió en público. Según Jean de Mailly, Juana fue llevada a afueras de la ciudad y apedreada hasta morir por el gentío enfurecido.

Tras el parto público y tan desgraciado final, se nombró un nuevo Papa, Benedicto III. Además, se le puso a éste como fecha de su nombramiento el año 855, y así se borró de un plumazo la existencia de Juana en el Papado. Años después, hubo otro Papa Juan, pero no se le puso Juan IX, sino Juan VIII.

Siempre según la leyenda, la suplantación de Juana obligó a la Iglesia a proceder a una verificación ritual de la virilidad de los papas electos. Un eclesiástico estaba encargado de examinar manualmente los atributos sexuales del nuevo pontífice a través de una silla perforada. Acabada la inspección, si todo era correcto, debía exclamar: ET DUO GORDIUS TESCULELLOS (Tiene dos cojonazos). Además, las procesiones, para alejar los recuerdos dolorosos, evitaron en lo sucesivo pasar por la iglesia de San Clemente, lugar del parto, en el trayecto del Vaticano a Letrán.

Utilizada por los detractores, esas versiones se sostuvieron por muchos años hasta que en 1562 el agustino Onofrio Panvinio redactó la primera refutación seria de aquella leyenda, mientras que los protestantes luteranos se unieron a sus argumentos en el siglo XVII.