jueves, 5 de agosto de 2010

Me ocurrió ayer...

Era al mediodía y estaba solo en casa. Sonó el timbre de la puerta y aunque en ocasiones no suelo abrir, lo hice en esta ocasión. Al hacerlo me encontré con una persona que ya descendía hacia el piso inferior, creyendo seguramente que no había nadie.

Al ver que abría la puerta, apresuradamente se volvió y retrocedió a mi encuentro. Recuerdo perfectamente que llevaba una bolsa y en sus manos calcetines, por lo que deduje que era un vendedor de esas prendas. Con corrección me empezó a hablar y yo en plan prepotente, le ignoré y cuando estaba a escasa distancia mía, le dije que no me interesaba nada de lo que me ofrecía y le cerré la puerta bruscamente. Se quedó, le dejé, con la palabra en la boca.

Al instante, recapacité y empecé a sentirme mal. Jamás debí adoptar esa suficiencia chulesca ante esta persona que veía vendiendo calcetines. Nunca le hubiera comprado, nunca lo hago, pero al menos, la misma corrección que él empleó conmigo debí tener yo con él y no lo hice.

Se me olvidó igualmente una época de mi vida laboral cuando, como él, iba vendiendo seguros industriales. La situación no era la misma desde luego; yo lo hacía desde la comodidad de trabajar en una empresa de la que eran socios una Asociación de Empresarios que eran a los que yo visitaba previa cita telefónica; pero al final, aunque con algunas diferencias los dos no dejábamos de ser unos vendedores que íbamos de puerta en puerta. Debí recordar que nunca nadie dejó de atenderme con buenos modales, independientemente me compraran o no los seguros que les ofrecía.

No estoy nada orgulloso, sino todo lo contrario, de mi comportamiento de ayer. Bien que lo siento ahora, pero me temo que nunca más volveré a encontrarme con esa persona correcta que intentó venderme calcetines. No habrá oportunidad de pedirle disculpas y aunque nunca volvamos a coincidir; me gustaría que por un milagro que a veces se puede producir, pudiera leer este escrito y las aceptara; me iba a sentir un poco mejor.


6 comentarios:

ZáLeZ dijo...

Hola ALvaro:
Esa situación que describes creo que la hemos pasado la mayoría de la gente. Es una situación que no controlamos "de pronto" y luego nuestra conciencia nos pasa factura.
Seguro que la próxima vez, aunque no sea la misma persona, llamará a tu puerta y hasta es posible que le compres algo. En esta vida, para comprender a la gente hay que ponerse en su lugar.
De por sí, compartir esta pequeña anécdota, demuestra que no has perdido los buenos sentimientos.
Un cordial saludo,

D.F. dijo...

Soy vendedor y al final, prestamos un servicio. Acercamos productos a clientes, es una profesion digna. Sea de calcetines o camiones...

Álvaro Tilo dijo...

Hola Zález. Espero no volver a tropezar en la misma piedra la próxima vez y mira que en algunos de estos temas intentaba ser siempre respetuoso, pero el otro día no controlé.

Un cordial saludo.

Álvaro Tilo dijo...

Hola Temujin. Tienes toda la razón. Aquel vendedor me demostró que era una persona educada y ejercía su dura profesión con dignidad. No hay posible justificación, falle yo.

Un cordial saludo.

KOKYCID dijo...

Nunca me ha pasado eso, al revés mi mujer me suele echar la bronca, porque compro a todo pichichi, venda lo que venda. No obstante te entiendo perfectamente, ese tipo de sentimiento, lo he tenido mil veces, después de contestar mal al teléfono, o en algún comercio no haber sido suficientemente "persona" con el dependiente... (y eso que yo trabajo en el comercio). Pero somos humanos... Algo de culpa expiamos si al menos nos damos cuenta de ello (aunque sea tarde) y nos arrepentimos. Un saludo.

Álvaro Tilo dijo...

Gracias, Koky, por compartir tus comentarios.

Efectivamente siempre es muy difícil controlar todos nuestros impulsos y a veces fallamos. Pero bueno, si al final nos sirve de lección y nos ayuda a mejorar, aún costa de otras personas, podemos seguir avanzando.

Un cordial saludo