Si ante nacionalitas vascos, nombras sin insultar al periodista, historiador e investigador, José Díaz Herrera, habida cuenta de cómo se las gastan muchos de estos “especiales” personajes norteños, puede que recibas algo más que gruesas palabras. Es un nombre maldito al que odian los peneuveros por aquello de haberse atrevido a desvelar vergüenzas de estos siniestros hijos de Sabino Arana. Claro, tampoco conviene olvidar la convivencia amañada de los “aranistas” con otros personajes políticos de diversas tendencias de la vida pública española aunque en esta ocasión concreta –financiación del Guggenheim- supuestamente lo hicieran con algún ex presidente y otro vicepresidente del actual gobierno de España, entre otros.
Pero haciendo historia, será bueno remontarnos a tiempos en los que pretendieron y consiguieron enriquecerse miserablemente con los dineros del resto de españoles al practicar sin pudor chantaje, escudándose en un increible hecho delictivo del gobierno central de aquel momento.
Pero vayamos por partes.
La utilización partidista del Concierto Económico por el Gobierno Vasco le permite sostener una red clientelar y ser una fuerza casi invencible en un proceso electoral (nadie pone en duda que el próximo lendakari será otra vez del PNV) En este siglo XXI, precisamente los beneficios del saqueo histórico de las riquezas nacionales es lo que puede abrirles las puertas a la independencia, tras el paréntesis que ahora mismo están viviendo aunque hace aguas por todos los lados por el indigno juego sucio que algunos están practicando.
Tras ganar las elecciones autonómicas de 1986 por un escaño de diferencia, el PSOE decidió entregar el poder al PNV para evitar que se echaran al monte y hubiera que bajarlos del Amboto, Gorbea o Kampazar a tiro limpio. Lo que no se ha contado todavía es que, para asumir un poder político que le había llovido del cielo, el PNV puso como primera condición que se cancelaran las propuestas de liquidación provisional del cupo, efectuadas entre 1981 y 1986 por los distintos gobiernos de Felipe González, y se elevaran a definitivas sin la más mínima discusión por parte del ministro de Economía y Hacienda.
El PSOE se negó en principio a asumir esa carga. La dirección del PNV mandó que se pusiera sobre la mesa una maleta de papeles sobre la estructura del GAL, que el subcomisario José Amedo había dejado en un coche, tras sufrir un accidente de tráfico en la autopista Bilbao-Behobia y ser auxiliado por la Ertzaintza. El PSOE no tuvo más remedio que transigir y pagar este «impuesto revolucionario». El Gobierno Vasco dejó de abonar, de esta manera, al Estado central más de doscientos mil millones de pesetas, cantidad que se dedicó, en parte, a construir el Guggenheim (...), a limpiar la ría de Bilbao, a construir la compañía telefónica vasca Euskatel, para buscarle un empleo a José Antonio Ardanza, y a poner los cimientos a la central energética de ciclo combinado para que las provincias vascas puedan ser ausuficientes desde el punto de vista gasístico y energético y trazar la futura «Y» de alta velocidad, una red diseñada no para comunicarse con el resto de la Península y Europa, sino para «vertebrar» una comunidad nacionalista.
La negativa a aceptar las propuestas de liquidación provisional del cupo continuó en la etapa del PP, salvo en el 2003, en que el director general de Haciendas Territoriales, Rafael Cámara, les obligó a abonar 32,2 millones de euros, casi cinco mil millones de pesetas. De donde se deduce que, mediante las sisas permanentes al Concierto Económico, los españoles llevamos 25 años pagando las estructuras básicas para que los vascos puedan ser un día independientes.