sábado, 18 de septiembre de 2010

Gregorio Mayoral Sendino.


A veces es necesario que nos bajemos de la nube en que nos hemos subido sin haber sido invitados. Nos llenamos pavoneándonos con ilustres personajes que pasaron a la historia por su hidalguía, su arte, su valor, entrega y nos olvidamos siempre de la gente del pueblo liso que también merecen tener aunque no sea más que unos momentos de gloria que además siempre es efímera.

¡Qué fácil! es hablar de Rodrigo Díaz o Laín Calvo o Diego de Siloé o de Santa Teresa etc., etc. pero qué poco conocemos al héroe anónimo diario o incluso aquel que un día fue reconocido y espero que nadie se asuste, como el burgalés más eficiente en su macabra profesión de verdugo. Hasta estos personajes tienen su corazoncito y romper un cuello en el “garrote” con rapidez, finura y profesionalidad merecen igualmente la justa, aunque siniestra, alabanza.

Muchos seguramente habéis podido leer la historia de este burgalés, profesional de la justicia española que se ganó merecida fama por su buen hacer.

Gregorio Mayoral Sendino, (Cabia-Burgos1863 - ídem 23 de octubre de 1928) fue el verdugo titular de la Audiencia de Burgos entre los años 1892 a 1928. Por su larga carrera, sus colegas le denominaban el abuelo.

Nació en una familia humilde que pronto se trasladó a Burgos. Fue pastor, zapatero, peón de albañil y soldado Así, desempleado y al cargo de su anciana madre, un letrado amigo de la familia se presentó un día en su casa con un posible trabajo: un empleo del Estado que había quedado vacante y que saldría en breve a concurso. Las 1.750 pesetas anuales con que le anunciaron la oferta pudieron más que la escalofriante ocupación a que atendía la proposición de marras, y a pesar de los llantos de la madre, que no quería un hijo en esas lides, la plaza fue suya por delante de otros dos candidatos merced a los méritos de haber servido en el ejército.

Su primera ejecución en solitario (una mujer) se describe como un desastre. Ello le lleva a perfeccionar el garrote y con el paso de los años, fue introduciendo modificaciones en el mismo, llevando el suyo propio toda vez que se hartó de manejar aparatos que estaban en condiciones lamentables. Su diseño, según sus propias palabras, no hace ni un pellizco, ni un rasguño, ni nada; es casi instantáneo, tres cuartos de vuelta y en dos segundos.... Ésto, junto a su habilidad y precisión, fue resaltado por sus coetáneos. Mantuvo, sin embargo, su innovación en secreto, por miedo que no fuese ajustada a derecho. Llegó a realizar al menos una ejecución triple en la cárcel Modelo de Barcelona en 1922.

Si en el desarrollo de la siniestra profesión de verdugo pudiera darse un momento de gloria, el del burgalés Gregorio Mayoral Sendino se produjo el 20 de agosto de 1897. Ese día, este funcionario con fama de fino estilista de la cosa había sido reclamado para ejecutar a garrote vil a un reo muy especial: el anarquista italiano Michele Angiolillo, quien días antes había asesinado al presidente del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo. Eran las once de la mañana. Gregorio Mayoral -bajito, regordete, de rostro cetrino y expresión tranquila- subió los doce peldaños del cadalso improvisado en el patio de la cárcel de Vergara, donde le esperaba un pálido condenado. Dispuso los hierros de la mortal argolla e hizo su trabajo. Cuando lo concluyó, cubrió el rostro del ejecutado con un paño negro y se marchó igual de silencioso y sereno por donde había llegado.

Aunque algunos estudiosos de este personaje nos hablan de su primera ejecución a una mujer, otros indican que fue en Miranda de Ebro en 1892 a un cabo llamado Domingo Bezares que había dado muerte de un sablazo a un joven recluta al que después había lanzado al Ebro. Además del ajusticiamiento de Angiolillo, Mayoral tomó parte en otro de gran repercusión en toda España, ya que se trató de caso triple. Sucedió en 1924, en plena dictadura de Primo de Rivera. Se conoce como ‘El crimen del Expreso de Andalucía’. El verdugo burgalés fue el encargado, junto al de Madrid, llamado Casimiro Municio, de dar garrote a los tres ladrones y asesinos que asaltaron el convoy segando la vida de dos encargados.


Mayoral fue admirado por verdugos coetáneos, que resaltaban siempre que podían «la precisión y rapidez» del aparato que manejaba su compañero de Burgos, a lo largo de más de cuarenta años desempeñando el oficio. Y es que el burgalés no dejó de trabajar hasta su muerte, natural por más señas. Aunque nunca le incomodaron los fantasmas de las sesenta personas a las que envió con pulso firme al otro mundo, vivió angustiado sus últimos días en una casa pobre y oscura del arrabal burgalés al cuidado de su nieta Paquita (ya era viudo por aquel entonces) toda vez que su hija y madre de la pequeña se había fugado con un soldado. Aquellas manos gruesas y fuertes que tantos cuellos atornillaron mimaron con delicadeza y cariño a aquella pequeña: la lavaron, la vistieron, la dieron de comer, la acompañaron a la escuela... Gregorio Mayoral Sendino murió en octubre de 1928 con 65 años y la conciencia en paz por el deber cumplido.

Su triste fama como buen profesional verdugo, quedó reflejada en algunas de las obras de Camilo José Cela y Paco Umbral.


Gregorio Mayoral, ejecutando al anarquista italiano, Angiolillo, autor del asesinato del Presidente del Gobierno, Cánovas del Castillo.



5 comentarios:

Daniel F. dijo...

La profesionalidad es un grado, en cualquier actividad que lleve una persona a cabo...

Álvaro Tilo dijo...

Siempre es fundamental ser un buen profesional o al menos intentarlo.

Lo que ocurre que hay pofesiones un tanto "especiales" y la de verdugo no deja de serlo.

Un cordial saludo.

Atapuerques dijo...

Me gustaban sus reportajes de la televisión cuando recorria los pueblos de España, y parecía un músico auténtico, pero luego se metió en política, y...
Descanse en paz

María dijo...

Pues verás ÁLVARO,

en realidad me he acercado a tu casa, para decirte que estés absolutamente tranquilo por tu comentario en la de TEMU, lejos de molestarme en absoluto, te doy las gracias, de verdad. Y bueno, allí te digo alguna cosilla más :-)


Y ya que estoy, te he leído.

Oye, me ha encantado, vaya clase de historia. Ni idea de este hombre tan curioso, o mejor que a pesar de lo horrible de su profesión, se hiciera tan célebre por su buen hacer. Es cierto, que en esta vida se haga lo que se haga, lo importante es hacer lo mejor posible y así, hasta la profesión más humilde o desagradable, se dignifica.

Labordeta, fue un hombre del pueblo, estuviera donde estuviera, con independencia de sus ideas políticas que salvo la defensa de su tierra aragonesa, casi ni conozco, lo que más me ha gustado de él, fue justamente eso, su llaneza, daba igual si hablaba con un paisano del pueblo que se encontraba por esos caminos de España que tantas veces recorrió, o de pies ante las Srías del Congreso, tal cual le salía, así lo soltaba, no hay más que recordar su "...¡¡ a la mierda!!...":-)


Un placer pasar por aquí.

Contigo ya son tres los burgaleses que conozco aquí jajaja ( los otros dos, los tengo encima ) :-)

Un abrazo, ÁLVARO.

Álvaro Tilo dijo...

Lo siento, María, no había vuelto por este comentario hasta hoy sábado 25.

Así que me voy a permitir copiarlo y pegarlo en tu blog, como prueba de mi agradecimento a tu visita.

Aunque lo hago muy mal y redacto peor, tengo necesidad de escribir todos los días y por eso estoy constamemnte cambiando de comentario y a los antiguos no suelo volver a entrar, aunque en esta ocasión algo falló y no lei el tuyo. Espero me disculpes de nuevo.

De cualquiera de las maneras, en tema del verdugo y de Labordeta coincidimos plenamente. La vida del primero es tetricamente curiosa y la del segundo es un ejemplo para todos los que amamos la inalcanzable libertad.

Es un placer y lujo poder leerte por aquí.

Un cordial saludo.