lunes, 18 de octubre de 2010

Ocurrría en la España de los años 50 y me temo que seguimos parecido.


En una agradable conversación entre amigas y amigos, sin darte cuenta, a veces se encadenan los recuerdos. Revives situaciones concretas y después sin saber el porqué, vuelven a tu mente otras experiencias que hacía muchísimo no recordabas, pero que siempre habían estado ahí por haberlas vivido directa o indirectamente.

Al final, en nuestra charla nocturna de hace unos días, llegamos a la triste conclusión que hay seres humanos peores que las ratas e historias que repugna hasta contar.

Nos seguía contando nuestro amigo, que se la escuchó contar al mismísimo protagonista que con cara de satisfacción por lo “listo” que había sido. Hoy muchos años después y mientras nos tomábamos un buen vino, nos seguía relatando que a pesar de sus pocos años supo al instante de la crueldad de unos desalmados que por ganar un poco más de dinero eran capaces de actuar de esa forma indigna, miserable y rastrera, muy habitual en muchos de aquellos “ganadores” de hacía unos pocos años. Se erigían, en amos y señores de los nuevos esclavos necesitados del trabajo y de la comida diaria en aquellos duros años. La película siempre se repetía una y otra vez. El mismo guión para ellos. Primero se enriquecerían de una forma miserable a costa de seres humanos pobres de solemnidad y a renglón seguido pasaban a ser Don fulanitos de tal, hacendados y “ejemplares” empresarios y hombres de bien. Nuestro interlocutor, nos seguía comentando, que una vez poderosos en dinero y prestigio, ya no necesitaban volver a Extremadura o a Andalucía a humillar y robar. Ya habían conseguido su sueño de convertirse en ciudadanos “honrados”

La “historia” debió producirse principios de los años 50. . El negocio de aquellos mal nacidos, consistía en aquellos momentos tan delicados para los de siempre, los pobres; en la compra de lana de colchones, para luego venderla a las empresas textiles.

Salían con un par de camiones desde la zona norte de España. Eran dos hermanos. Cada uno rumbo a Extremadura y en algunas ocasiones a Andalucía. Iban a pueblos y zonas muy castigadas por el hambre y en especial donde había explotaciones de agricultura. Desde primeras horas de la mañana, se situaban en la plaza del pueblo. Poco a poco iban llegando los hombres desde sus casas (perdón por el sarcasmo) a esperar a que viniera el capataz de alguna finca a contratarlos aquel día y siempre por unos sueldos de miseria. Todos se arremolinaban a su alrededor cuando veían aparecer a los escasísimos contratadores. Nos relataba, que se les notaba, como desesperadamente intentaban hacerse notar para que se fijaran en ellos y les mandaran subir al camión o carro y salir a trabajar al campo. Sólo unos pocos eran los afortunados; los demás, a rumiar su miseria y volver a sus chozas con las manos vacías y esperar que amaneciera de nuevo por si había más suerte.

Estos miserables mal nacidos, nos contaba nuestro amigo, no perdían detalle de estas personas desafortunadas quedándose con sus caras. Al día siguiente repetían la operación y si al tercer o cuarto, no habían sido contratados, se acercaban a ellos y se ofrecían para comprarles sus colchones de lana. La pobre gente ante la desesperación y hambre que la familia pasaba, no regateaban, aceptaban con sumisión esclava el precio irrisorio que les ofrecían y se los vendían. Unas pocas pesetas (muchas menos si el colchón tenía lana negra mezclada) que estos desalmados se encargaban de multiplicar muchas veces cuando vendían la lana, mientras ellos, los dignos y esclavos braceros, iban a buscar paja para no dormir en el suelo.

Lo peor de esta historia real que tiene más de 50 años es que hoy se vuelve a pasar muchas necesidades en demasiadas familias españolas. Gracias a los comedores sociales, muchos de ellos de la Iglesia que siempre está en primera línea y os lo dice un ateo, nunca falta un plato caliente y una cama en los albergues; mientras los políticos, tan alegremente despilfarrando millones y millones en cosas inservibles. De verdad que es dificil soportar lo que vemos y más duro por imposible, confiar y creer en ellos.


4 comentarios:

merino dijo...

Increible hasta donde puede llegar la maldad humana. Qué contentos se quedarían aquellos ladrones - explotadores que esos sí que no creían en Dios, ni en nadie, sino sólo en ellos, con su conciencia bien tranquila, de haber hecho una acción "caritativa", aprovechándose de las necesidades de los humildes. Qué hijos de ...
Ahora serán los Don, los señoritingos de turno, pero creo que se les irá acabando esta historia, aunque me fastidia recordar el dicho aquel de "EL QUE TUVO, RETUVO", a ver donde lo pagan. Saludos, Alvaro.

Álvaro Tilo dijo...

Gracias, Merino, por tu comentario.

Esta espeluznante historia, se la contaban a mi padre estando yo presente hace ya muchos años. A pesar del tiempo transcurrido, jamás la he podido olvidar ni nunca se me ha borrado la cara del don fulanito de turno autor de semejante ignominia, así como la sonrisa que ponía queriéndonos hacer ver lo muy "listo" que había sido el muy hijoputa.

Cosas que uno que ha vivido y que hubiera deseado que nunca hubieran existido.

Un cordial saludo.

KOKYCID dijo...

Ayer en Cáritas de Burgos, por lo visto, se dieron 120 comidas. Esto da una idea de como esta el patio.

Álvaro Tilo dijo...

La situacíón, me temo que es gravísima, amigo Koky, pero ahora ya tenemos de nuevo fuegos de artificio para soltarlos a todas horas con los cambios de ministros y la casa seguirá sin ser barrida. Lo de siempre.

Un cordial saludo.