jueves, 4 de marzo de 2010

Ocurría en la España de los años 50



En una agradable conversación entre amigas y amigos, sin darte cuenta, a veces se encadenan los recuerdos. Revives situaciones concretas y después sin saber el porqué, vuelven a tu mente otras experiencias que hacía muchísimo no recordabas, pero que siempre habían estado ahí por haberlas vivido directa o indirectamente.

Al final, en nuestra charla nocturna de hace unos días, llegamos a la triste conclusión que hay seres humanos peores que las ratas e historias que repugna hasta contar.

Nos seguía contando, que se la escuchó en propia voz al mismísimo protagonista que con cara de satisfacción, por lo “listo” que había sido la estaba narrando. Hoy muchos años después y mientras nos tomábamos un buen vino, nos seguía relatando que a pesar de sus pocos años supo al instante de la crueldad de unos desalmados que por ganar un poco más de dinero eran capaces de actuar de esa forma indigna, miserable y rastrera, muy habitual en muchos de aquellos “ganadores” de hacía unos pocos años. Se erigían, en amos y señores de los nuevos esclavos necesitados del trabajo y de la comida diaria en aquellos duros años. La película siempre se repetía una y otra vez. El mismo guión para ellos. Primero se enriquecerían de una forma miserable a costa de seres humanos pobres de solemnidad y a renglón seguido pasaban a ser Don fulanitos de tal, hacendados y “ejemplares” empresarios y hombres de bien. Nuestro interlocutor, nos seguía comentando, que una vez poderosos en dinero y prestigio, ya no necesitaban volver a Extremadura o a Andalucía a humillar y robar. Ya habían conseguido su sueño de convertirse en ciudadanos “honrados”

La “historia” debió producirse principios de los años 50. . El negocio de aquellos mal nacidos, consistía en aquellos momentos tan delicados para los de siempre, los pobres; en la compra de lana de colchones, para luego venderla a las empresas textiles.

Salían con un par de camiones desde la zona norte de España. Eran dos hermanos. Cada uno rumbo a Extremadura y en algunas ocasiones a Andalucía. Iban a pueblos y zonas muy castigadas por el hambre y en especial donde había explotaciones de agricultura. Desde primeras horas de la mañana, se situaban en la plaza del pueblo. Poco a poco iban llegando los hombres desde sus casas (perdón por el sarcasmo) a esperar a que viniera el capataz de alguna finca a contratarlos aquel día y siempre por unos sueldos de miseria. Todos se arremolinaban a su alrededor cuando veían aparecer a los escasísimos contratadores. Nos seguía contando, que se les notaba, como desesperadamente intentaban hacerse notar para que se fijaran en ellos y les mandaran subir al camión o carro y salir a trabajar al campo. Sólo unos pocos eran los afortunados; los demás, a rumiar su miseria y volver a sus chozas con las manos vacías y esperar que amaneciera de nuevo por si había más suerte.

Seguía contando, con su sonrisa de “listo”, que no perdían detalle de estas personas desafortunadas quedándose con sus caras. Al día siguiente repetían la operación y si al tercer o cuarto, no habían sido contratados, se acercaban a ellos y se ofrecían para comprarles sus colchones de lana. La pobre gente ante la desesperación y hambre que la familia pasaba, no regateaban, aceptaban con sumisión esclava el precio irrisorio y se los vendían. Unas pocas pesetas (muchas menos si el colchón tenía lana negra mezclada) que estos desalmados se encargaban de multiplicar muchas veces cuando vendían la lana, mientras ellos, los dignos y esclavos braceros, iban a buscar paja para no dormir en el suelo.




0 comentarios: